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viernes, 25 de marzo de 2011

UNA MIRADA VIVA DE OJOS MUERTOS (PARTE 4).

La mujer, que arrastra su cuerpo en señal de desesperación, mira directo a la llama, y si sus ojos son fieles a la realidad, la flama sonríe como un gesto de amor y comprensión. Nuevamente levanta esa cara derrotada, cansada, que se ha llenado se surcos por tan terrible dolor, un dolor que el cuerpo está incapacitado para comprender.
"Todo sufrir puede irse, sólo dime qué es lo que deseas, y se irá".
Entonces, finalmente irguiendo ese cuerpo marchito, con la ayuda de la andadera (con la trémula como constante acompañante), mira de frente a la llama, que ha ocultado sus manos.
Su voz tirita, pero su deseo está tan fijo en su mente, que decirlo es incluso redundante, pero esto, que ahora mismo se presenta como su salvador, espera de su voz una petición, y sólo esas palabras son dignas de traer magia.
"Quiero una hija, oh noble señor, mi vida entera encuentra el parangón del cielo en tan dichoso acto, es lo que arrastra mi dormir hasta el sueño o la pesadilla, y si en tu sabiduría tu me concedieses tal favor, mi agradecimiento y mi alma entera estarían contigo".
Entonces la llama esbozó una risilla placentera y volvió a mostrar sus pálidas manos, pidiéndole que se acercara, alejando de ella esa andadera que, sólo por la voluntad de tan eximio señor, era ahora inútil, pues nuevamente era bella y joven, acta para vivir tan maravilloso regalo. En ese momento un llanto celestial se oyó, y aves hermosas, enormes, de alas rojas y cuerpos negros, con una pluma elegante sobrepasando sus cabezas, pusieron en las manos de la mujer a la niña más hermosa que sus (nuevamente) juveniles ojos hubiesen visto. Esa risilla que se ganó con tan sólo sostenerla entre sus manos, sin saber cómo, hacía válidos todos los días de sufrimiento que fueron obstáculos de esta noche.
Cuando besó sus rosadas mejillitas, supo que todo era aceptable con tal de mantener tan tierna niñita entre sus manos y estrecharla contra su pecho. Sin saber que, en efecto, un precio debía pagarse.
"Escúchame bien -dijo la voz-, pues lo que te he dado te puede ser arrebatado, por eso, haz de saber que cuando la niña cumpla los cuatro años de edad, deberás volver aquí, pues en ese tiempo serás capaz de decidir si la pequeña a quien con tanto amor miras, vale el precio que pagarás".
Entonces la mujer se despidió, con lágrimas de felicidad adornando sus diáfanos ojos, agradeciendo al señor de la flama por el hermoso regalo recibido, diciendo para sí misma que cuando el tiempo llegase, estaría dispuesta a pagar el precio que fuera.

1 comentario:

Beatriz Ryden dijo...

Ese pacto para ella valía lo que fuera, aún cuando su sueño egoísta la hiciera perecer a las dos