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domingo, 22 de agosto de 2010

I WILL NEVER TAKE A CHANCE OF LOSING LOVE TO FIND ROMANCE.

A Man and a Woman, una de las tantas canciones geniales de U2 (que no se cuentan ni juntando los dedos de unos 6 amigos), vale mucho la pena escucharla, pero verdaderamente mi reflexión está enfocada a la frase que da título a este escrito.
Uno tiene una idea del amor, por dios, la hemos visto innumerablemente en el cine, la literatura, bueno, en el arte en general, y nos han enseñado una forma de amor que verdaderamente es romance, no amor, lo que está bien si no se tiene miedo a encontrar un amor desligado del romance, pero el verdadero peligro no es ése, el problema viene cuando vemos al amor como una moneda y no como un caleidoscopio. El amor, esa sensación tan sólo comparable con la pasión, ha sido monopolizada por unos cuantos, pero esos cuantos ni siquiera sienten amor, sólo sienten romance y necesidad por él, no ven que las emociones son como los colores y que amor y rabia pueden juntarse y crear una acción; sin embargo sigue siendo el amor el componente de algunas agresiones. No justifico las agresiones, pero tampoco justifico a los muchísimos que nos quitaron las otras caras del amor, porque resulta que el amor sólo se combina con el romance. Malditos. ¿Qué tal si yo quiero combinar mi amor con tristeza?, pero resulta que el amor no existe en la tristeza. Claro, qué conveniente. Luche día a día por su amor, que lo hará feliz, sólo se puede tener en un estado que a su vez le permita desempeñarse en sociedad y le den ganas de tener un hijo al que pueda presumir en la iglesia y las fiestas.
El amor está en el aire, dice otra canción, y como el aire, se mete en donde sea en las situaciones más usuales e inusuales.
No, nunca tomaré la oportunidad de perder el amor para encontrar el romance; ¿Tomarán ustedes la oportunidad de perder el romance para recuperar el amor? A ver si pueden.

martes, 17 de agosto de 2010

LA HISTORIA DEL HOMBRE SIN ENCANTO (PARTE 2)

Y ahí va el hijo de la chingada, recatado y cuidadoso, como siempre, que ni uno solo de sus escasos cabellos quede fuera de lugar. Ni se percata de mi presencia. Muy ocupado. La imagen en el espejo (que él ve hermosa, pero si fuera hermoso, ¿por qué sería tan cuidadoso con su apariencia?) ocupa toda su atención.
Hace gárgaras con las aguas más finas de los manantiales más exóticos, como si ésos no fueran también hijos indirectos de nuestros miados, al fin y al cabo todo es uno en el fondo.
Tiene una foto colgada orgullosa sobre su cama, que comparte una mujer a la cual el maquillaje hace lucir hermosa. La foto es de él con toda su familia, dice amarlos, pero nunca estará conectado verdaderamente con el amor, pues éste es muy poco racional como para prestarle atención, y muy aceptado como para ignorarlo.
Abajo de donde moldea a su yo social está un periódico, abierto en la parte de las críticas literarias, arrugado como si la furia de dos manos hubiese caído sobre él.
Aún no me ve, mucho menos sospecha que mi presencia en su casa se debe a él. A un lado de las críticas están los obituarios. En ambos ha de encontrarse con mi cara. Lloró porque se le mandó hacerlo y rió porque supo confundir las emociones que las novelas y mi muerte le provocaban.
Ya se va a trabajar, hoy le quita a una familia su casa y más vale mostrarles el mejor de sus inmisericordes rostros.
Besa a su novia, que ya tenía la mano debajo de los calzones y las tetas descubiertas; él sólo tiene el gusto de cubrirlas. Pendejo, quiere que la cojas, cabrón, ¿no entiendes? Tan pendejo, no es la vieja más sabrosa del mundo pero bien vale un palo.
Ya se va, y yo ni siquiera sé por qué sigo aquí, y chingada madre, he de tener que aguantar a semejante pendejo para averiguarlo.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Romper el cascarón.

Se viene al mundo, no se nace, estas dos son cuestiones muy distintas pero fáciles de separar.
Se viene al mundo como vivíparo, pero lo ajeno nos convierte en tiernas avecillas.
Como seres puros es que nos encontramos, sin inhibiciones y sin otros límites que los físicos, pero lo ajeno no nos deja ser nosotros, por ende nos manda a otro estado prenatal y forma al rededor de cada uno de nosotros un cascarón que nos impide ver más allá de él. Muchos tienen fracciones y, sin embargo, están tan finamente unidos que es difícil quebrarlos.
Es lo exterior a nuestro verdadero ser lo que nos tapa, la sociedad, las palabras, la cultura, la educación, en otras palabras el mundo entero, quien genera una cárcel para el ser verdadero del cual muy rara vez se escapa.
Destruir al mundo es romper el cascarón, como en esa imagen de Hesse, destruir todo eso de ahí, rodeándonos, salir siendo nuestro verdadero ser es nacer, y nacer es quemarse los ojos con las primeras miradas al sol, duele, pero se sabe que al acostumbrarse, la habilidad de volar será ganada.

lunes, 9 de agosto de 2010

LA HISTORIA DEL HOMBRE SIN ENCANTO.

Lo conocí desde que íbamos a la escuela. En ese entonces no era el soberano pendejo que hoy en día disfraza su idiotez con Armani y pretexta sus pinchis pedas con vino de Borgoña.
No voy a decir tampoco que era un niño ilustre; nunca lo fue, pero por lo menos en esas fechas se reiría de tan sólo ver a alguien como él. Veía caricaturas y tenía por tendencia reír de cosas absurdas.
No, este cabrón nunca fue especial, pero por lo menos nunca fue un pinchi mamón, hijo de una pucha sangrante como cualquiera de nosotros que, a su ver, fue limpiado por años pulcros alejado del órgano maravilloso que nos vio asomar la cabeza.
Educado para ser un rey y chingarse como toda la prole: el perfecto hijo de la sociedad; el sueño húmedo de la patria; la escoria infecta de la humanidad.
Voy a ser neto, nunca esperé que terminara así: lo contemplaba como algo mejor: basurero, barrendero, asistente de maestro suplente, algo menos vergonzoso que un hijo de la Virgen María, mancillando a la gente con sus bienes. Un abogado de primer nivel, con todo el dinero del mundo y con todo el miedo  del mundo a la panocha por que deja enfermedades, tal y como una nieve de limón, nada más que la primera se chupa más rico.
No, no eramos amigos..., bueno sí, sí eramos, pero juro por Dios que cuando yo me fui no estaba así, no andaba imitando a los nopales en lo baboso.
Pero ya empiezo pues, que ésta no es la historia de su pasado sino de su ahora.
Me morí hace unos dos meses, y cuando ya me iba derechito al cielo, que me salen con que sí me publican mis dos novelitas, las dos chidas, con un chingo de pitos y conchas pa´entretener a la imaginación y pa´ levantar carpas y humedecer por donde sea (hasta la fecha se me responsabiliza del nacimiento de unos 200 bebés..., pero yo ni los disfruté).
Bueno, resulta que por razón de esto, algún conocido mío no me dejaba ir, imagínense mi sorpresa al descubrir que era él, fue tan desagradable que chillé, y eso que apenas me enteré.