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jueves, 8 de diciembre de 2011

CRIEMOS CUERVOS

MINI-ACTO I
Están Eloisa y Jaime sentados en una banca de metal, viendo pasar a la gente de un lado para otro, haciendo comentarios de cada persona que pasa. Al lado de Jaime hay un cartón de huevos.
Jaime--Dime, querida, no te parece que todos ellos están perdidos en la vaguedad constante de su vida diaria, caminando una y otra vez, con su comida, pensando sólo en ellos y en sus vidas como son.
Eloisa--Se sienten únicos en el mundo, se juzgan los unos a los otros sin notar que la diferencia capital de todos ellos radica en el cuerpo y nada más.
Jaime--Pero es una diferencia muy grande. Míralo a él (pasa un hombre joven, muy bello, ella no puede controlar mirarlo con cierta lascivia, por su parte, él ve a Eloisa con algo de desdén). Tú misma has alimentado su ego, y lo único que hiciste fue verlo, por su parte, él te ha dejado un hondo dolor, y sólo se apoyó en su mirada para hacerlo. ¿Sabes por qué?
Eloisa--No (con cierta nostalgia).
Jaime--Porque eres fea querida, y no eres siquiera inteligente como para cubrir tan gran falta, pero tienes unos ojos grandes y bellos a pesar de todo, de un verde que provoca la envidia de los pastos primaverales. Son bellos y provocan una amplia impresión a quien les presta atención. Sí, Eloisa, tal vez debí decírtelo anteriormente, pero esa mirada justifica casi toda tu fealdad, tienes en ella al arma más fuerte de todas, cada mirada puede acabar una vida o rehacerla.
Eloisa--Es cierto, cada mirada me mata poco a poco.
Jaime--Y a mí me mata verte afligida (se acerca y la abraza), pero no puedes hacer nada contra tan gran ley, ya lo diría Sartre (se separa de ella): "El infierno son los ojos del otro". Pues yo digo que acabemos el infierno, que destruyamos los ojos de todos y cada uno de los humanos.
Eloisa--¿Cómo lo planeas hacer?
Jaime--(Acerca el cartón de huevos a Eloisa.) Estos son mi respuesta, así como aquí tengo unos pocos, en una granjita que tengo hay miles, y con el tiempo serán millones, y en el futuro billones. Comprobaré si aquel famoso dicho es cierto.
Eloisa--(Ríe burlonamente.) ¿Y vas a corregir los males del mundo a huevazos?
Jaime--Éstos son huevos de cuervos, Eloisa (finalmente se levanta y le tiende la mano a su acompañante). ¿Quieres ayudarme en tan noble empresa?
Eloisa--(Se levanta apoyada en la mano de Jaime.) Sí, te ayudaré (ambos salen.)
 MINI-ACTO II
Vemos a muchas personas caminando, todos ellos con un perro lazarillo y usando lentes oscuros, pronto un hombre y una mujer se encuentran y tocan sus rostros, reconociéndose. Se sientan en la misma banca, que ahora está muy oxidada. Ella lleva una bola metálica. Sus nombres son Miguel y Carla.
Miguel-- (Tiene una voz muy chillona.) Carla, ¿cómo estás? Hace tiempo que no te oía.
Carla--Igualmente, ¿cómo estás?
Miguel--(Cabizbajo.) Muy mal, la gente se burla de mí todo el tiempo por mi voz, yo los escucho a diario, pero si ellos no me escucharan estaría mucho mejor (ella se mueve un poco y empuja su esfera metálica contra la banca). ¿Qué ha sido eso?
Carla--La respuesta a todas tus preguntas; una bomba sónica. Ya lo diría esa canción que salió hace dos días; "El infierno son los oídos del otro".
FIN. 

sábado, 26 de marzo de 2011

¿PARA QUÉ MORIR DE AMOR CUANDO PUEDO VIVIR CON ÉL?

Fue una brisa, nada más una brisa. Se dijo ella una y otra vez como invocando a la desgraciada casualidad que le arrebató sus papeles y el importante ensayo que debía entregar mañana a primera hora.
Fue una brisa, nada más una brisa. Se dijo él mientras oliscaba el fragante aroma de las rosas que entraba por la ventana con ese candor matutino que la primavera brindaba en sus alas de mariposa a los vientos cálidos.
Se fue a tomar una taza de café con leche para despertar y atender las faenas del día con completa alarma. Volvió a su ventana para ver pasar a las mujeres que por este tiempo ataviaban su cuerpo con falsedades que, sin embargo, le resultaban encantadoras. Tomó su café con sorbos parsimoniosos, vigilando la acera como el cuervo vela el grano.
Sus ojos, absortos en la gris imagen, apenas notaron el montón de hojas que entraron desordenadas a su hogar, e incluso cuando él finalmente las notó, no las juntó hasta que terminó su café. Apiló las páginas sin orden alguno, pues para él, esto era basura, así que sólo un destino podría esperarles, pero una de las hojas cayó, y fue así como vio el nombre: Ana.
Ana, para él era un nombre especial, le recordaba aquella canción que sus padres oían cada que sus besos y miradas inspiraban el amor que apenas el divorcio de un año atrás pudo terminar. Ana, sostenía en sus manos el ensayo de una Ana, un ensayo de apenas quince páginas que trataba de explicar Romeo y Julieta, concluyendo que es imposible saber lo que Shakespeare quería decir porque ignoramos lo que sintió al escribirlo. Y aunque el ensayo posiblemente obtendría un ocho, o tan mal le iría que le darían un siete,  no pudo negar que tal conclusión era imposible de calificar de tan maravillosa que resultaba.
En la portada del ensayo estaban todos los datos; escuela, salón, clase y profesor, de modo que decidió llevársela mañana a la primera hora, no importándole que él mismo debiera de faltar a la escuela.
Por el otro lado, Ana estaba desesperada, pues, confiada en que su escrito ya estaba impreso, lo borró de su computadora. En su mente no podía dejar de maldecir a la perversa brisa que le llenaba el corazón de angustia. Ahora debía darle explicaciones al profesor para convencerlo de entregar otro día. Pero, apenas al llegar a su clase, ve a una de sus amigas señalando el lugar en el que se encuentra mientras un joven habla con ella, él se le acerca y le dice que encontró su ensayo. Ella se lo agradece mientras recibe los papeles y se va para entregarlo. Así, la prisa destrozó lo que hizo la brisa.
Entonces él, un tanto derrotado, se va, sin notar que su mochila estaba abierta y una foto que tomó cuando tenía dieciséis cayó. Ana, una vez que entregó su escrito, ya más relajada, salió para agradecer al extraño que se molestó en ir hasta su escuela sólo para ayudarla, pero ya no lo encontró; lo que sí halló fue una foto de La Inmolación de Quetzalcoalt, uno de sus monumentos favoritos. La foto era maravillosa, pues unos niños jugueteaban en una fuente que, debido a la luz violácea del ocaso, parecía que estaban en oscuras nubes, al mismo tiempo que los ojos vigilantes de las serpientes dejaban pasar, cada una, un halo de luz, mientras  sus presencias apenas eran sombras. La composición era casi imposible de lograr, pero ahí estaba. Al darle la vuelta notó la fecha "marzo de 2002, sábado", así que decidió, sin saber qué esperar, ir este fin de semana esperando verlo.
Muchos recuerdos le traía ese lugar. Una vez se enamoró muchísimo, él era comprensivo con ella, pero finalmente, de la nada, decidió que no debían estar juntos, pues su amor lo arrastraba a la monotonía, la cosa que él más odiaba.
Fue entonces que se deprimió enormidades, su esperanza se agotaba. Una vez, cierta amiga suya, quién sabe cómo, pero logró convencerla de salir, encontrando en el sonido de las aguas de la fuente el confort y la paz que necesitaba y la imagen vívida de las esculturas le otorgó el trueno potente de la sonrisa quieta. Desde ese día, ese lugar es de sus favoritos en el mundo.
Ya era sábado, y ella despertó tan temprano como pudo, sin saber la hora exacta a la que él iría (si iba), pero con una determinación austera decidió que esperaría todo el día de ser necesario.
Era medio día, ya llevaba cuatro horas esperando y un sol desapacible le dio dos o tres pecas a su blanca piel, cuando un flash golpeó sus ojos. Era él. Justo del lado contrario de la fuente estaba él tomando fotos.
Se acercó tímida, pasando sobre el cemento duro y gris que servía de piso, con pasos pequeños que evidenciaban su indecisión, al final, faltándose valor, se retiró, pero su propio nerviosismo la hizo tropezar y caer no muy lejos de él, quien rápidamente fue a ayudarla.
Ella levantó la cara y finalmente se reconocieron el uno al otro, sonriendo a la luz del sol, con sus frentes húmedas como presas.
-Vine a traerte tu foto -dijo ella.
-Yo vine a reponerla.
Y entonces, gracias a la inercia del momento, se besaron. Y de inmediato se hicieron a un lado, pues sus pechos ardían con un fuego que ni el sol en sus pieles podía igualar, pues el amor verdadero es de temer, ya que puede cambiar la vida de cualquiera. Ellos estaban cómodos con sus vidas, y un amor así se las arruinaría para siempre.
Cuatro años después, en una tarde lluviosa de abril (quién sabe por qué llovía ese día), una sombrilla voló, cayendo justo en el pie de él, ella, vestida con un elegante traje negro que dejaba exhibir sus piernas, corría resbalándose por la lluvia, al verla, él también corrió y cayó, mientras Ana lo levantaba y recibía de sus manos la sombrilla.
Esta vez sus labios se oprimieron entre sí sin siquiera pronunciar palabra, fue sólo hasta después que él dijo:
-Hace cinco años cometí el peor error de mi vida, no me dejes cometerlo otra vez.
-No lo haré, esta vez no erraremos.
Aún con la lluvia como testigo de su promesa, decidieron ir al departamento de él para escapar de las gotas, aunque los dos sabían verdaderamente por qué habían ido.
Sus cuerpos desnudos se encontraron en un frenesí erótico. Los muslos mojados de ella levantados por las manos salpicadas de él, y la espalda helada, enfrentada contra la pared de azulejo del baño, y los labios que viajaban de los labios al cuello y del cuello a los labios, y sus miembros, estremecían hasta al alma misma con sus constantes encuentros. Finalmente se fundieron en un orgasmo compartido, que los cambió de dos seres a uno sólo, que afianzó ese vínculo que el beso tan sólo comenzó.
Así, ahora, dos tumbas que yacen juntas aún se expresan gracias a sus obituarios.
"Fue una brisa, nada más que una brisa". "Sí, la mejor de todas".


  

viernes, 25 de marzo de 2011

UNA MIRADA VIVA DE OJOS MUERTOS (PARTE 4).

La mujer, que arrastra su cuerpo en señal de desesperación, mira directo a la llama, y si sus ojos son fieles a la realidad, la flama sonríe como un gesto de amor y comprensión. Nuevamente levanta esa cara derrotada, cansada, que se ha llenado se surcos por tan terrible dolor, un dolor que el cuerpo está incapacitado para comprender.
"Todo sufrir puede irse, sólo dime qué es lo que deseas, y se irá".
Entonces, finalmente irguiendo ese cuerpo marchito, con la ayuda de la andadera (con la trémula como constante acompañante), mira de frente a la llama, que ha ocultado sus manos.
Su voz tirita, pero su deseo está tan fijo en su mente, que decirlo es incluso redundante, pero esto, que ahora mismo se presenta como su salvador, espera de su voz una petición, y sólo esas palabras son dignas de traer magia.
"Quiero una hija, oh noble señor, mi vida entera encuentra el parangón del cielo en tan dichoso acto, es lo que arrastra mi dormir hasta el sueño o la pesadilla, y si en tu sabiduría tu me concedieses tal favor, mi agradecimiento y mi alma entera estarían contigo".
Entonces la llama esbozó una risilla placentera y volvió a mostrar sus pálidas manos, pidiéndole que se acercara, alejando de ella esa andadera que, sólo por la voluntad de tan eximio señor, era ahora inútil, pues nuevamente era bella y joven, acta para vivir tan maravilloso regalo. En ese momento un llanto celestial se oyó, y aves hermosas, enormes, de alas rojas y cuerpos negros, con una pluma elegante sobrepasando sus cabezas, pusieron en las manos de la mujer a la niña más hermosa que sus (nuevamente) juveniles ojos hubiesen visto. Esa risilla que se ganó con tan sólo sostenerla entre sus manos, sin saber cómo, hacía válidos todos los días de sufrimiento que fueron obstáculos de esta noche.
Cuando besó sus rosadas mejillitas, supo que todo era aceptable con tal de mantener tan tierna niñita entre sus manos y estrecharla contra su pecho. Sin saber que, en efecto, un precio debía pagarse.
"Escúchame bien -dijo la voz-, pues lo que te he dado te puede ser arrebatado, por eso, haz de saber que cuando la niña cumpla los cuatro años de edad, deberás volver aquí, pues en ese tiempo serás capaz de decidir si la pequeña a quien con tanto amor miras, vale el precio que pagarás".
Entonces la mujer se despidió, con lágrimas de felicidad adornando sus diáfanos ojos, agradeciendo al señor de la flama por el hermoso regalo recibido, diciendo para sí misma que cuando el tiempo llegase, estaría dispuesta a pagar el precio que fuera.

jueves, 3 de febrero de 2011

UNA MIRADA VIVA DE OJOS MUERTOS (PARTE 3).

"Nosotros te entendemos, entendemos tu dolor y conocemos la razón por la que vienes, no creas que sólo te ha llamado a ti, nos ha llamado a todos nosotros, a todos nos ha abrazado y llenado de todo su amor. Todos sufríamos los dolores del alma y él nos ha aliviado, cumpliendo nuestros deseos".
Todos los que están bailando paran al escucharse un crujir enorme, como madera que se parte ante el inclemente fuego, un sonido crudo que seguía acompañado de una voz que no envidiaba la fuerza del relámpago.
 De entre el fuego una sombra se asoma, es grande, y para cubrirse obliga a la flama a crecer para ocultarse con ella.
Todos entonces agachan las cabezas en señal de respeto, incluso la mujer, quien, aun sin saber qué es lo que está pasando, siente un alivio sublime en el momento que la sombra aparece, incluso comienza a rezar plegarias destinadas al culpable de todo su dolor.
De la flama sale una mano, blanca como las nubes en los días soleados. La mano, una mano que está fría aunque sale de una llama monumental, toca la barbilla de la mujer, que ahora está llena de unas lágrimas gruesas, que al caer al suelo ya están congeladas. La mano levanta la cara de la mujer, y con una voz que ahora suena tierna y llena de amor pregunta: "¿Qué es lo que te hace sufrir? ¿Qué es lo que deseas?"

jueves, 13 de enero de 2011

UNA MIRADA VIVA DE OJOS MUERTOS (PARTE 2).

Y así iba la mujer, caminando con una andadera oxidada, que rechinaba con la fuerza de todos los tornillos, soltando su estructura al piso, hermano alguna vez del metal. Llevaba su suéter, grueso, que apenas la calentaba aunque sólo fuera  mayo, pero para ella los días serían fríos, son fríos para los que viven en la pena.
Y los gatos maullaban a su paso, y los perros aspiraban su viento como aullidos de lobo, observando a la mujer con sus ojos, brillantes ojos, luces descollantes que se convertían en la única lámpara de la mujer. A esta mujer en pena. Esta ánima en pena, que pasa desapercibida a los ojos del humano, no importando lo lento y cuidadoso que fuera su paso.
Su rostro, rostro de mujer madura, que no vieja, tenía el aspecto macilento del muerto; sus arrugas, provistas en las formas de la angustia, eran demasiadas para su edad, incluso el bozo ya decoraba a la cara derrotada, chupada por el tiempo y con surcos en las mejillas.
El paso lento la dejó en el base de la montaña, una montaña que huele a tierra mojada, donde los grillos acusan canciones quietas, melancólicas que, a su vez, le decían que se alejara, pero la andadera seguía y seguía, marcando sus huellas de hule en los montones de polvo que la erosión se ha molestado en dejar.
No soporta el dolor, quiere llorar apenas da un paso, pero una esperanza loca la dirige, casi por inercia, a la cima, y la voz seguía hablando, azuzando, "debes seguir, tan poco que te falta que desperdiciarías todo flaqueando", y lo último que supo de esa voz fue "escucha".
Y oyó una música de tambores frenéticos, enloquecidos y furiosos. La fuente era una fogata llena de hombres y mujeres cantando, que, al verla, simplemente se dirigieron a ella, la abrazaron por turno y le dijeron: "te esperábamos, bienvenida seas".

lunes, 10 de enero de 2011

UNA MIRADA VIVA DE OJOS MUERTOS.

Tonto el que no entienda.
Érase una vez, hace no mucho y en un lugar no muy lejano, una madre que no podía ser mujer, y sin ser mujer su ser jamás estaría completo. Entrañas marchitas, amoratadas hasta el asco por enfermedad, aliciente perfecto para la huida de los hombres, presentes en las pesadillas de miedosos.
Culpa de Dios es que la madre jamás tuviera hijos. Bastarda, negada, desesperada mujer en busca de su esencia, pero la enfermedad le arrebató de tajo su matriz; con eso sus esperanzas. Las lágrimas de dolor, entonces, se tornaron en blasfemias rabiosas, de las que vuelven alegre al demonio y dan dinero a los curas.
¿Por qué una mujer tan amorosa ha de tener que sufrir la falta de un hijo? ¡Que los irresponsables los tengan, que al mundo se viene a sufrir!
En sus lamentos, recurrentes compañeros de su día a día, una voz llegaba a sus oídos..., no, no era a sus oídos, ni siquiera era su cerebro, pero escuchaba la voz, que le decía con insistencia "ve a la montaña, a la hora en que mi némesis murió".
Una y otra vez la oyó, hasta que le hizo caso y partió, pues mucho la había ignorado ya, y percibía en tal voz la esperanza.

viernes, 3 de diciembre de 2010

CARTA DE MI YO OPTIMISTA A UNA MUJER LLORANDO AFUERA DE CATEDRAL.

Me dirás, desde luego, que no es mi asunto, que me mantenga lo más alejado posible de ti, que de momento estás harta de mi género, que de sólo pensar en nosotros te sientes triste y no te dan ganas más que de llorar.
Pero no mandas en mis sentimientos ni mucho menos en mi deseo de escribir esta carta, dirigida a ti, que sé que nunca la leerás, pero es mi forma de agradecerte por recordarme lo maravilloso que es el amor.
¿Maravilloso?, ¿no ves que estoy llorando?, ¿que estoy destrozada? No me vengas, por favor, con esas tonterías cursis. Me dirías, y yo acepto con toda justicia tu observación.
Ahora estás en ese punto, no te pido que lo disfrutes, no me atrevo a ser tan irónico (y me encanta ser irónico), pero vívelo, recuerda que el dolor que ahora sientes es exclusivamente tuyo, es la parte de ti que no se llevará con él, es lo que te dejo, vívelo, tan sólo hazme ese favor.
¿Qué pensarías si te digo que todo estará bien?, no digo que lo que no te mata te hace más fuerte, saliendo de un paro cardíaco nadie es más fuerte, pero aprovecha esta oportunidad para cambiar.
Llámalo hijo de la chingada, vele todos los defectos, dí que todos somos culeros, y sigue adelante (si puedes).
Ahora  sigues cuestionándome sobre lo anterior, eso de que el amor es maravilloso, me pides que lo retire, pero no puedo, simplemente no puedo.
¿Recuerdas (esfuérzate) los ojos fijos en los tuyos, esa primera vez que arrojaron sus ropas al piso y no supieron de sí mismos y balbucearon en un lenguaje que va más allá de las palabras?
No sé si pasó, pero me gustaría pensar que antes del llanto hubo risas, hubo sonrisas, y que más de una vez perdieron el día entero en la cama y tuviste orgasmos que incluso en tu llanto te asustan (aprovecha, si quieres, este momento para vengarte, hablando nefarias cosas de su persona, pero recuerda que él puede hacer lo mismo).
El amor es maravilloso porque es un puente (uno de tantos), que el universo colocó en la tierra, un puente que conecta con el cielo y el infierno, abrázalo. Llora, repito, y que él llore si quiere. No te voy a dar la respuesta simplona de que él no te merecía, a lo mejor tú no te lo merecías a él, pero recuerda, esto sí te lo puedo decir: de todos los seres de la tierra sólo nosotros conocemos de emociones.
El amor te hace llorar, ¡llora por amor!, ¿habías llorado así por alguna otra cosa? Sentir es vivir, ¡vive!, aprovecha que puedes y si quieres, recuerda que yo deseo que te recuperes y encuentres de nuevo el amor.